Darío acababa de ascender al trono de Babilonia después de haberla conquistado para el imperio medo persa y organizó el gobierno. Para ello nombró a 120 sátrapas y estableció tres gobernadores, uno de ellos era Daniel.

Los gobernadores y sátrapas estaban llenos de celos contra Daniel e idearon maliciosamente la manera de arruinar su carrera y se propusieron encontrar alguna falta en él, pero no lo consiguieron. Daniel era un hombre incorruptible y diligente en el desarrollo de sus tareas.

Los gobernadores del reino, magistrados, sátrapas y príncipes acordaron pedir al rey que promulgara un edicto real para que cualquiera que en el espacio de 30 días demandare petición de cualquier dios u hombre aparte del rey fuera echado en el foso de los leones.

Darío se sintió tan honrado con la propuesta de sus súbditos que no fue capaz de negarse a ello, la idea de que durante un mes todas las personas le iban a tratar como un dios le resultó irresistible.

Los enemigos políticos de Daniel no tuvieron dificultades para encontrarlo orando a Dios, así que sin ninguna demora lo acusaron delante del rey.

Al rey "le pesó en gran manera" lo que había hecho. Estaba arrepentido de haber autorizado un edicto como ese movido únicamente por su vanidad. Pero ya no había solución, Daniel fue sentenciado y echado al foso de los leones.

Luego de una noche de insomnio, el rey fue al foso de los leones y pronto descubrió que el Dios al que servía Daniel lo había librado de los leones.

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