El pacto davídico se refiere a las promesas de Dios a David. Este es un pacto incondicional entre Dios y David, a través del cual Dios promete a David y a Israel que el mesías (Jesucristo) saldría del linaje de David y de la tribu de Judá y establecería un reino que permanecería para siempre.

El pacto davídico es incondicional porque Dios no impone ninguna condición para su cumplimiento. La garantía de las promesas hechas se basan únicamente en la fidelidad de Dios y no depende en absoluto de David o de la obediencia de Israel.

Luego Dios promete que el hijo de David lo reemplazaría como rey de Israel y que este construiría el templo. "Yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre".

Pero luego la promesa continúa y se amplía: "yo afirmaré para siempre el trono de su reino" y "será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro y tu trono será estable eternamente". Lo que empezó como una promesa de que Salomón, el hijo de David, sería bendecido y construiría el templo, se convierte en la promesa de un reino eterno. Otro hijo de David gobernaría eternamente y edificaría una casa duradera. Esta es una referencia al mesías, a Jesucristo, a quien se le llama el hijo de David.

El pacto se resume en las palabras "casa", "reino", "trono" y "eternamente", enfatizando el carácter eterno e incondicional de esta promesa hecha a David y a Israel y cumplida a través de Jesucristo.

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