En el s.VIII a.C el alto Egipto de los faraones había perdido el rumbo. Se producen una serie de luchas entre jefes locales que acabarán por desmembrar la asombrosa civilización que otrora construyera las grandes pirámides. Fue entonces, al borde del colapso, cuando los vecinos etíopes de la antigua Nubia, en Sudán (Sur de Egipto), toman el control de un País dividido para conquistarlo y gobernarlo.

Nubia, región ubicada en su mayor parte en el Sudán, al sur de Egipto, durante siglos había sido explotada y dominada por los egipcios. Los egipcios explotaron insistentemente, durante siglos, las minas de oro del País del Kush (Nubia).

Un linaje de príncipes avanza entonces desde Nubia para hacerse con el poder y fundar una nueva dinastía egipcia, la XXV.

Entre los primeros reyes etíopes, en el 736. a.C destacó Piankhy, que ocupó Tebas y consolidó su poder en el País del Nilo, ya que se consideraba a sí mismo, legítimo sucesor de los grandes faraones Tutmosis III y Ramsés II, aunque con un pequeño detalle; su piel era oscura como la noche. Gobernó Egipto con afán imperialista y llenó su paisaje de grandiosos monumentos.

Estos reyes nubios se convirtieron, durante siete décadas, en los “Faraones Negros” que salvaron a la civilización Egipcia de su definitiva desaparición.

Hacia 660, los faraones kushitas fueron expulsados por los asirios a su región de origen, Nubia, y la dinastia de los faraones negros quedó desde entonces en el más profundo olvido.

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