Recién estrenado el reinado de Carlos I, estalló la Guerra de las Comunidades de Castilla (1520-1522), una contienda civil entre comuneros y realistas. Los primeros se alzaron en armas por diversos motivos, siendo los principales ya por todos conocidos: por un lado, el nuevo monarca, el poder lo empezaron a ostentar los clérigos y nobles flamencos que acompañaban al nieto de los Reyes Católicos. Por otro lado, el deseo del monarca de convertirse en emperador hizo que los impuestos sobre los castellanos se incrementaran.

El descontento generalizado llevó a la búsqueda de un candidata alternativa al trono, y se acudió a la reina Juana I, madre del rey, que declinó. La fractura se fue haciendo más visible en el momento en el cual la alta nobleza y los territorios periféricos castellanos, se hicieron partidarios del ya por entonces emperador.

El 23 de abril de 1521 prácticamente se puso fin a la contienda con la victoria realista en la famosa batalla de Villalar. Al alba siguiente fueron sentenciados los líderes comuneros: Padilla, Bravo y Maldonado, siendo los tres decapitados.

Los historiadores antiguos, con exaltada fidelidad monárquica, consideraron la Guerra de las Comunidades de Castilla un hecho vergonzoso y la trataron como una nimiedad.

Sin embargo, a mediados del siglo XIX los historiadores consideraron a los sublevados predecesores en la lucha contra el absolutismo y la defensa de los derechos del hombre.

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