En 1883, el inventor neoyorquino Charles Fritts creó el primer panel solar de la historia extendiendo una capa de selenio sobre una plancha de metal y recubriéndola con una fina película de pan de oro. En palabras de Fritts, este artefacto produjo una corriente “continua, constante y de una fuerza considerable no solo por la exposición directa a la luz solar, sino también por la exposición a la luz difusa del día e incluso a la de una lámpara”. Esta celda solar, no obstante, apenas alcanzaba una eficiencia de entre el 1 y el 2%, en contraposición al 15 o 20% de las modernas.

Unos 50 años después, Albert Einstein descubrió la relación entre la luz y la energía eléctrica. Este descubrimiento llevó a la creación de celdas solares, que eran más eficientes que los paneles solares de Fritts. Estas celdas solares se utilizaron principalmente para aplicaciones científicas, como la medición de la radiación solar.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el interés en los paneles solares comenzó a aumentar. En 1954, los científicos Gerald Pearson, Calvin Fuller y Daryl Chapin inventaron la primera célula solar de silicio de eficiencia relativamente alta.

Esta célula solar de silicio se convirtió en el modelo para la mayoría de los paneles solares de hoy.

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