En la antigua Roma ya existían taxímetros, estos funcionaban por medio de un mecanismo solidario con el eje de una carreta que iba liberando pequeñas bolas. Al final del trayecto, el pasajero pagaba en función de las bolas liberadas.

Lo que hoy en día conocemos como taxímetro tuvo su origen de manos del ingeniero alemán Wilhelm Bruhn, quién en 1891 inventó un dispositivo mecánico para medir el tiempo y la distancia recorrida por los coches. Corren leyendas que indican que cuando Wilhelm Bruhn mostró su invento a los taxistas de Stuttgart, lo arrojaron al río, motivo por el que dicho aparato no triunfó en tierras germanas.

La gran difusión del invento surgío en 1907, cuando Harry N. Hallen fundó una compañía de alquiler de automóviles en Estados Unidos a los que colocó dicho invento.

Para que el taxímetro convierta en una tarifa cuantificable la distancia recorrida y el tiempo empleado (incluido cuando está parado), el sistema de medición se sirve de unos impulsos eléctricos que da el transductor del vehículo, un sensor unido a la transmisión que ofrece datos al taxímetro sobre la velocidad y el número de kilómetros recorridos.

Si estamos atrapados en un atasco, el taxista sigue trabajando, por lo que también se cuantifica ese tiempo de espera cuando estamos detenidos. Lo único que hay que hacer es establecer una medida de tiempo en el taxímetro, que irá añadiendo, de nuevo mediante impulsos eléctricos, cuantía a la cantidad final.

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