El "cliente", en latín cliens, era un individuo subordinado a un patrón. Se trataba de personas libres, con frecuencia extranjeras, que obtenían protección de jefe de una gens. La estructura de la domus, casa familiar romana incluía una pieza a la entrada que permitía acoger a los clientes

A cambio de asistencia judicial y de recibir comida y dinero, sportula, proporcionaban al patrón votos en las elecciones, realizaban el servicio militar por él y contribuían a pagar el rescate si era hecho prisionero por los enemigos.

La relación era hereditaria, consagrada por la práctica y la ley. Comunidades enteras se convirtieron en clientes de generales romanos que las habían conquistado. Por ejemplo, Sicilia en el siglo III a.C. se puso bajo la clientela, o protección, de Marcus Claudius Marcellus.

La condición de cliente, con el tiempo, se convirtió en una forma moderada de esclavitud y se mezcló con otras relaciones similares de los pueblos germánicos, como la relación de séquito o Gefolgschaft, vínculo personal de lealtad establecido entre un jefe y sus secuaces durante el tiempo de una campaña guerrera.

Los celtas tenían, por su parte, la relación de vasallaje, que no era temporal como la de séquito, sino permanente y por lo tanto presumiblemente no voluntaria. Estas relaciones convivieron en porcentajes variables según la debilidad del cliente, y formaron el embrión del Feudalismo durante la Edad Media.

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