En el siglo XII se desarrolló en el sur de Francia una nueva secta religiosa: la de los cátaros o albigenses. La Iglesia católica echó mano de cuantos medios estaban a su disposición para extirpar esa herejía.

Le ayudaron a ello los reyes de Francia, que vieron la ocasión de extender su territorio en dirección sur. A despecho de una caza despiadada, los últimos cátaros no pudieron ser exterminados hasta 1328.

Los cátaros formaban una secta cristiana, también conocida como albigenses, que gozó de popularidad durante los siglos XII y XIII en la región francesa del Languedoc y en el norte de Italia. En 1179, el Papa denunció públicamente a la iglesia cátara, pues provenía de una secta herética.

En 1208, el papa Inocencio III llamó a la cruzada contra los albigenses. En un primer momentos el rey francés Felipe II Augusto no se sumó a la cruzada, ocupado como estaba contra Juan Sin Tierra.

Más tarde, en 1222, tras haber arrancado al soberano inglés Normandía, Bretaña y Aquitania, Felipe II se involucró de pleno en la cruzada, que acabó en 1229 con la extirpación de la herejía y la anexión del sur al reino de Francia.

El nombre "cátaro" se cree que proviene de la palabra griega katharó, que significa puro o purificado, o de la voz alemana ketter, que significa "herético". Aunque la Iglesia católica juzgaba herejes a los cátaros, éstos se consideraban cristianos verdaderos y se referían a sí mismos como cristiano u hombres buenos.

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