Su origen está en Egipto y de ahí se expandió por todo el Mediterráneo. Ya desde el siglo IV a.C. era consumida por los griegos y romanos que para conservarla la guardaban en miel o vinagre sazonada con especias para disponer de ella todo el año. Se expandió al mundo en gran medida por los árabes.

El nombre de esta hortaliza deriva del término árabe “Karshaf”, que significa “lengüetas de la tierra”, en referencia a sus peculiares hojas.

Actualmente Italia es el principal productor de alcachofa a nivel mundial, siendo Murcia y Valencia las que generan el 30 % del total.

De su planta todo es aprovechable, desde las hojas muy verdes por su exposición al sol, que nacen en los tallos, hasta la propia alcachofa que nace en las ramas laterales cuya flor está en el momento perfecto para su consumo, aun no estando del todo madura. La parte comestible es un rosetón, sus hojas externas son duras mientras que las interiores, que forman el corazón, son muchas más tiernas y sabrosas.

Es una planta propia de zonas templadas, como el mediterráneo, ya que no soporta ni la humedad ni temperaturas muy bajas. Una buena alcachofa es redondita y compacta de color verde claro y muy brillante. Lo ideal es que las hojas no tengan manchas, aunque en invierno las heladas puedan producirle alguna, la cual no afecta a su calidad

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