El ir al cine y tomarse unas palomitas es para muchos un matrimonio indisoluble y un gesto que se ha convertido en todo un ritual, pero ¿de dónde surgió esta estrecha relación?.

Los primeros en comer palomitas en el cine fueron los estadounidenses que sufrieron la Gran Depresión entre los años 1929 y 1933. Fue en esa época donde más de 13 millones de personas acabaron en el paro. Por ello, el cine se convirtió en el principal medio de evasión y entretenimiento de la dura realidad porque, además, era asequible para todos los bolsillos.

Antes de estos años, el séptimo arte todavía estaba reservado a las clases pudientes y, por ello, las salas para las proyecciones todavía parecían una ópera o un teatro y no se permitía comer en su interior.

En 1927, cuando llegó el sonido a la gran pantalla, el cine se abrió a toda clase de espectadores. Igual de barato que el cine resultaba comer palomitas durante la proyección, ya que era lo único que podían permitirse los empobrecidos espectadores. Este alimento triunfó, ya que los granos de maíz suponían una materia prima muy abundante en Estados Unidos. De esta forma, el público, con poco dinero y mucha hambre, podía alimentarse con un producto que saciara su apetito en las largas sesiones de cine y fuera barato. Y esas eran las palomitas.

Las palomitas se unieron definitivamente con el cine tras la Segunda Guerra Mundial, donde la escasez de azúcar hizo que se potenciara el consumo de palomitas.

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