La diosa romana Fortuna representó la personificación de la suerte, azar o destino. Era una deidad que presidía en todos los acontecimientos y distribuía, según su capricho, la buena y la mala suerte.

En tanto que la deidad Fortuna era casi siempre considerada fasta (afortunada, positiva para la gente), se distinguían con adjetivos sus otros posibles aspectos: Fortuna Dubia (Fortuna Dudosa), Fortuna Brevis (Fortuna Breve) y Fortuna Mala. En lo único que coincidieron todos fue en señalar que era la diosa más caprichosa del Olimpo.

Los poetas la pintan calva, ciega, en pie y con dos alas a los dos pies, el uno sobre una rueda que da vueltas, el otro en el aire. Los antiguos la han representado con un sol y una media luna sobre la cabeza para indicar que, como estos astros, la fortuna preside a todo lo que pasa en la tierra. La han dado también un timón para indicar el imperio de la casualidad. Muchas veces, en lugar de timón, tiene un pie en la proa de una nave, como presidente a la vez sobre la tierra y sobre los mares.

La diosa romana Fortuna se correspondía casi totalmente con la diosa griega Tiqué.

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