El segundo de los tres saqueos de Roma llevados a cabo por los pueblos bárbaros fue el de Roma del año 455, llevado a cabo por los vándalos, que estaban en guerra con Petronio Máximo, emperador romano.

En ese año, el rey vándalo Genserico zarpó con su poderosa flota de su capital en Cartago, subiendo el Tíber para saquear la ciudad de Roma. El asesinato de Valentiniano III y la ocupación del trono por Petronio Máximo había sido la excusa para que Genserico considerase que había quedado invalidado el tratado de paz firmado con Valentiniano el año 442.

Los vándalos entraron en una ciudad de la que habían huido los responsables políticos y militares. El único personaje público que tuvo el valor de hacerles frente fue el papa León I quien, sin ninguna posibilidad de evitar la toma de la ciudad, pactó con Genserico las condiciones del saqueo.

Los habitantes no ofrecerían resistencia a los invasores, que dispondrían de 15 días para recoger todo el botín deseado: oro, plata, estatuas, tejas de bronce que los bárbaros cargaron en sus naves. No es cierta, por lo tanto, que los vándalos destruyeron los edificios de Roma.

Se acepta, en cambio, el hecho de que Genserico saqueó grandes cantidades de tesoros de la ciudad, y que incluso tomó a la emperatriz Licinia Eudoxia, viuda de Valentiniano, y a sus hijas como rehenes. Una de estas hijas fue Eudocia, que más tarde se casaría con el hijo de Genserico, Hunerico.

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