Esta es la historia de uno de los presidentes más polémicos de México y su pierna, que en 1838 se convirtieron en dos entes con suertes separadas. Antonio López de Santa Anna perdió su extremidad inferior durante la Guerra de los Pasteles, pero hizo todo lo posible por mantenerla cerca y, más aún, cuidarla.

El 4 de diciembre de 1838 mientras el ejército mexicano trataba de hacer retroceder a los franceses, (que habían invadido Veracruz reclamando el pago de los supuestos daños a una pastelería), éstos respondieron con cañonazos. Uno de los disparos alcanzó la pierna de Santa Anna y tuvieron que amputarla casi inmediatamente.

De allí que le llamaran “el quince uñas”, aunque en realidad eran 14, pues junto a su pierna, el presidente también perdió uno de sus dedos.

Lo más peculiar fue el hecho de que no sólo el propietario extrañaba a su pierna amputada; daba la impresión de que todos sus simpatizantes lo hacían. De hecho, cuando Santa Anna ordenó que enterraran su extremidad en el jardín de Maga de Calvo, su hacienda predilecta de Veracruz, lo hicieron acompañados de una ceremonia religiosa y con todos los honores militares.

Unos años después, el 27 de septiembre de 1842, Santa Anna mandó exhumar su pierna para tenerla más cerca y darle el sepulcro que merecía. Metidos en una vitrina de cristal, los restos de la pierna recorrieron el tramo de Veracruz a la Ciudad de México acompañados de un cortejo fúnebre y vítores por parte de los simpatizantes del presidente.

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