Georges de Mestral, inventor del velcro, se inspiró en unas semillas pegadas a la piel de su perro tras un paseo por los Alpes de su Suiza natal. Esas semillas pertenecían a una planta típica de los Alpes: la bardana.

Una de las grandes aficiones de Georges era salir a pasear y cazar con su perro. En 1941, al regresar de uno de esos paseos por los Alpes suizos, observó los frutos de bardana adheridos a la piel de su perro y de sus pantalones. La inmensa mayoría de la gente se hubiera limitado a quitarlos de ropa y animal, pero Georges de Mestral sintió curiosidad por saber cómo era posible que la bardana quedara de manera tan efectiva pegada a la piel del perro.

De Mestral observó en las bolas miles de pequeños ganchos que se agarraban de manera muy eficiente a casi cualquier tejido (y a la piel de los animales). Enseguida se dio cuenta del enorme potencial de este mecanismo: reproducir esta idea en algún tejido sintético permitiría otra forma de abrochar cosas, como alternativa a cremalleras, botones o a coser.

Dio a su invento el nombre de velcro, combinación de las primeras sílabas de las palabras francesas ‘velour’ (terciopelo) y ‘crochet’ (gancho).

Lograr el proceso que le permitiría mecanizar todo el proceso le llevó ¡10 años! Finalmente registró la patente del velcro en 1951, quedando concedida cuatro años más tarde.

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