En 1648 se firmó la Paz de Westfalia que dio fin a la Guerra de los Treinta Años. Sentó las bases del estado moderno, acabando con las guerra de religión que habían asolado a Europa y abogando por la secularización de la política. Para ratificar la paz se firmaron dos tratados, Osnabrück y Münster.

Aunque el tratado afirmaba el principio de equilibrio, por el que todos los estados europeos se comprometían a no aumentar sus dominios a costa de los demás, es innegable que algunos países salieron más favorecidas que otros. El principal beneficiado fue Francia, ya que por un lado veía reducido el poder de sus grandes rivales europeos, el Sacro Imperio Romano Germánico y España, y por otro consiguió expandirse hacia el este con la anexión de Alsacia y Lorena. Tras la Paz de los Pirineos en 1659, Francia se convertiría en la potencia hegemónica de Europa.

Otro país favorecido fue Suecia, que consiguió una posición preponderante en el mar Báltico. Por otro lado la Confederación Suiza consiguió proclamarse como un estado independiente del Sacro Imperio Romano Germánico; declaración oficial de una independencia que ya disfrutaba.

Se limitaba el poder del emperador del Sacro Imperio mientras la Monarquía hispánica reconocía la independencia de las siete provincias septentrionales de los Países Bajos. También reconoció a las Provincias Unidas el derecho a navegar y comerciar con América, siempre y cuando no estuvieran bajo control español.

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