La crisis sufrida por Irlanda a mediados del siglo XIX es una de las más trágicas de la historia reciente y un claro ejemplo de fenómenos tan actuales como shock de oferta, políticas públicas de estímulo, proteccionismo e inflación.

La crisis irlandesa de 1845, también conocida como la Gran Hambruna Irlandesa o la Hambruna de la Patata, fue probablemente una de las recesiones más duras sufridas por un país occidental en la historia contemporánea. Desarrollada entre 1845 y 1851, consistió en una caída drástica de la producción de patatas (la principal fuente de alimentación en Irlanda) debido a un hongo que destruyó la práctica totalidad de las plantaciones.

Durante la hambruna, alrededor de un millón de personas murieron y un millón más emigró de Irlanda. El final de la recesión llegó principalmente gracias a la recuperación de los cultivos hacia 1852, aunque el éxodo rural continuó en las décadas siguientes y al final del siglo la población ya había caído hasta los 4,5 millones, es decir una reducción de casi el 50 % con respecto a los niveles precrisis (los cuales no se han alcanzado aún en el siglo XXI).

La hambruna y sus efectos cambiaron permanentemente el panorama demográfico, político y cultural de la isla. Tanto para los nativos irlandeses como para aquellos en la diáspora resultante, la hambruna entró en la memoria popular y se convirtió en un punto de reunión para los movimientos nacionalistas irlandeses.

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