La civilización azteca dominó con mano firme el territorio que ocupa el actual México hasta la llegada de los españoles a inicios del siglo XVI.

Los conquistadores venidos del otro lado del Atlántico se encontraron con una sociedad fuertemente militarizada y jerarquizada, con armas más propias del Neolítico: lanzas, flechas y cuchillos hechos de madera y una piedra volcánica, la obsidiana, muy abundante en la región.

La obsidiana es una roca ígnea, dura y frágil, cuyos cantos afilados son extremadamente cortantes. Normalmente es de color negro, aunque, según su composición, puede presentar tonos rojos o marrones. Su uso se remonta a la prehistoria, cuando se empleaba tanto para la confección de armas como para la elaboración de adornos.

A partir de la Edad del Cobre, la piedra comenzó a ser sustituida por el metal para la fabricación de armas, cosa que no ocurrió en el Nuevo Mundo.

En América, la abundancia de obsidiana y su sencilla talla hicieron de este material el preferido para elaborar su armamento. Las puntas de obsidiana de estos proyectiles eran temidas por los conquistadores porque muchas veces penetraban en el cuerpo de tal manera que su extracción era imposible.

El poder cortante de la piedra afilada se puso de manifiesto ante los horrorizados ojos de los conquistadores españoles en las escenas de sacrificio que contemplaron en Tenochtitlán. Los sacerdotes mexicas practicaban cada año miles de sacrificios rituales con los enemigos capturados.

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