La I Guerra Mundial se alargaba y Rusia comenzó a tener serios problemas. Su ejército tenía la moral muy baja, en buena parte debido a las derrotas y la economía del país se encontraba en una muy delicada situación, con parte de la población pasando hambre.

La Revolución de febrero derrocó al régimen del Zar, aunque no resolvió el problema de la guerra. Los bolcheviques, una de las facciones revolucionarias, abogaban por la retirada absoluta y parte de los soldados comenzaron a desobedecer a los altos mandos.

La situación en lo militar era, también, muy mala. El intento de contraataque, la llamada ofensiva Kerensky, fue un fracaso.

Los alemanes, por su parte, efectuaron una maniobra política para debilitar al gobierno ruso. Así, permitieron al líder bolchevique, Lenin, atravesar su territorio desde su exilio en Suiza, alcanzado Rusia el 3 de abril.

Las ansias de paz, motivadas entre otras cuestiones por la pobreza de la población y el enorme gasto que suponía mantener un ejército ya casi desmembrado, condujeron a Lenin a ofrecer un armisticio a los alemanes el 26 de noviembre de 1917, que se convirtió en capitulación el 3 de marzo de 1918 mediante la firma por parte de León Trotsky, del Tratado de Brest-Litovsk.

La capitulación de Rusia permitió a las potencias centrales acceder a las producciones ganaderas y agrícolas de Ucrania, Polonia y los países bálticos, y permitió movilizar a gran parte de los ejércitos del frente oriental hacia Francia.

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