Con el Edicto de Milán se reconoce la libertad de culto cristiano en igualdad de condiciones con las demás religiones del Imperio. Constantino y Licinio, aliados, se reunieron en Italia y acordaron el documento que se aplicó en febrero del año 313 en el Imperio de Occidente y en junio en el de Oriente.

Los soberanos proclamaron la libertad de culto en sus dominios, concedieron a los cristianos plenos derechos civiles y ordenaron la restitución al clero de los bienes confiscados por los tetrarcas. Quedaba sancionado el principio de tolerancia religiosa en el Imperio, esencial para evitar que la profesión de diferentes cultos se convirtiese en un factor de discordia.

Con la muerte de Constantino surgirán nuevas reticencias hacia el cristianismo, ya que tanto Constancio II, sucesor de Constantino, como Juliano “el apóstata”, último emperador de la dinastía constantiniana, impondrán el arrianismo.

El arrianismo se encuadra dentro de las doctrinas cristianas que se caracterizan por la negación de la naturaleza divina de Jesús y se oponen al dogma de la Santísima Trinidad.

Para el arrianismo sólo existe un solo Dios que es eterno y no creado, y todo lo demás son sus criaturas, que fueron creadas de la nada, incluso el verbo de Dios, por lo tanto nada puede ser ni igual ni comparable a Dios.

Habrá que esperar hasta la subida de Teodosio I al poder, para ver como el cristianismo se convertía en la religión oficial del Imperio mediante el Edicto de Tesalónica.

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