En 1902, un grupo de científicos examinaba la momia del faraón Ramsés II en el recientemente inaugurado Museo Egipcio en la plaza Tahrir, en El Cairo, ahí tuvo lugar un suceso que conmocionó a los allí reunidos y novelistas de la talla de Pierre Loti o Vicente Blasco Ibáñez recogieron en sus obras.

La momia de Ramsés II, sin perder su inmovilidad yacente, levantó una de sus manos, dando un golpe a la cubierta de cristal. Todos los guardianes egipcios del museo, que habían mirado con cierta alarma la llegada del personaje, no perdiéndole de vista un momento en su nueva instalación, se dieron cuenta inmediatamente del movimiento.

Corrieron despavoridos hacia las puertas, algunos rodaron escaleras abajo; otros se arrojaron de cabeza a través de las vidrieras de los ventanales, cayendo en el jardín inmediato, narró el escritor valenciano Blasco Ibáñez en su obra “La vuelta al mundo de un novelista”.

La pregunta era: ¿realmente Ramsés II levantó su brazo izquierdo con fuerza asustando a quienes le contemplaban en ese momento? Pues parece ser que sí, pero la explicación a tal suceso es bastante sencilla: la momia del faraón no se encontraba en ese momento en un ambiente controlado y un cambio brusco de temperatura hizo que los tendones del brazo se contrajeran espontáneamente con lo que la extremidad se alzó un poco hasta su posición actual.

El último movimiento histórico que hizo Ramsés II fue sacar un susto a un equipo de arqueólogos.

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