El 4 de julio de 1989 el coronel Nikolái Skuridin, un experimentado piloto de las Fuerzas Aéreas soviéticas, despegó de una base cercana a Szczecin en Polonia.

De inmediato, el posquemador del motor se averió, y el piloto lo interpretó como la señal de que todo el motor estaba a punto de fallar, así que informó al director de vuelo de que iba a catapultarse, y así lo hizo después de obtener el permiso oficial para proceder a ello.

Pero, el motor de la aeronave empezó a funcionar correctamente, por lo que dejó de perder altura y, al ponerse bajo el control del piloto automático, voló más lejos según el rumbo, hacia el oeste. Los soviéticos y los polacos de la base aérea, no podían hacer nada al respecto.

El MiG-23 sin piloto cruzó el espacio aéreo de Polonia y la República Democrática Alemana sin ningún problema. Pero cuando cruzó la frontera entre Alemania del Este y Alemania Occidental, los pilotos de caza de la OTAN, al descubrir que el avión volaba sin estar tripulado, en piloto automático, decidieron no derribarlo.

El motivo fue que sobrevolaba regiones densamente pobladas de Alemania, Holanda y Bélgica, si lo hubieran derribado, los restos podrían causar una destrucción importante e incluso muertes. El MiG-23, sin embargo, perdió velocidad y cayó en el oeste de Bélgica, sobre una casa en un pueblo cerca de Kortrijk, matando a su ocupante.

La URSS le pagó a Bélgica una indemnización de 685 000 dólares y pronto se olvidó del desafortunado accidente.

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