Vera Cruz, Santa Cruz o Lignum Crucis hacen referencia a la cruz de madera en la que, según la tradición cristiana, fue crucificado Jesús de Nazaret. Es una reliquia de primer orden para católicos y ortodoxos.

Hacia el año 326, Helena de Constantinopla, madre del emperador Constantino I, acudió a Jerusalén con el propósito de hallar el Santo Sepulcro.

Según cuenta la Leyenda áurea, Helena trató de interrogar a los judíos más sabios para que confesaran dónde fue crucificado Cristo. Uno la llevó al Monte de la calavera (el Gólgota), donde el emperador Adriano, 200 años antes, alzó un templo dedicado a Venus.

Se ordenó derribar el templo y excavar en aquel lugar, donde aparecieron tres cruces: la de Jesús y las de los dos ladrones. Como era imposible saber cuál era la de Jesús, Helena hizo traer a una persona enferma, cuyo estado empeoró al entrar en contacto con la cruz de Gestas, se recuperó al pasar por la de Dimas, y sanó ante la de Jesús.

Se construyó en el lugar del hallazgo un nuevo templo, la Basílica del Santo Sepulcro, que custodiaría la reliquia. En el año 614, el rey persa Cosroes II tomó Jerusalén y se llevó la Vera Cruz para ponerla a los pies de su trono, como símbolo de su desprecio al cristianismo. Años después, la Vera Cruz sería recuperada.

Hoy en día, hay fragmentos de la Vera Cruz en muchas iglesias del mundo; siendo difícil precisar si corresponden o no a la reliquia hallada por Helena y mucho menos a la cruz en la que Jesucristo murió.

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