Fundada por el comerciante de Lyon Pedro Valdo (1140-1208), la Iglesia valdense propugnaba un retorno a los ideales de pobreza de la Iglesia primitiva y una mayor fidelidad al espíritu evangélico.

Valdo se ubica en una situación de ruptura respecto a las lealtades y compromisos civiles y religiosos. Se trata de una precisa vocación del Cristo de los Evangelios, donde la comunicación verbal y la acción son un testimonio indivisible.

Con la convicción paulatinamente reafirmada de que a la Iglesia de su tiempo le faltaba un elemento esencial: la predicación. Valdo no concibe su tarea en contra de la Iglesia, sino más bien en favor de una proclamación sencilla y verdadera del Evangelio, legitimado por una renuncia a las posesiones y seguridades que la sociedad ofrecía en ese momento.

La opción voluntaria por la pobreza no presentaba problemas, en cambio la libertad de la predicación sí. De esa manera Valdo y sus seguidores, llamados también “pobres de Lyon”, se presentan en el III Concilio de Letrán (1179) pidiendo autorización pero son rechazados y en el IV Concilio de Letrán (1215) son definitivamente condenados por herejes.

Tolerados por las jerarquías eclesiásticas en un primer momento, fueron declarados herejes y rebeldes, pero consiguieron sobrevivir en algunas comunidades del sur de Francia y del norte de Italia.

Con su adhesión a la Reforma Luterana en 1532, se convirtieron en una Iglesia protestante.

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