El nacimiento de Apolo y su hermana melliza Artemisa fue fruto de la relación entre Zeus y Leto, una divinidad menor.

Al descubrir la nueva infidelidad de su esposo, Hera amenazó con descargar su ira sobre la tierra que acogiera a Leto para dar a luz.

Luego de peregrinar, Leto llegó a la isla errante de Delos, un lugar que cambiaba constantemente de posición en el mar y que, en consecuencia, podía escapar con más facilidad de la venganza de la reina de los dioses.

En esta isla Leto dio a luz a sus mellizos, Apolo y Artemisa. Zeus agradecido por haber acogido el nacimiento de sus hijos, puso fin al peregrinar de la isla de Delos y la fijó en el Océano.

Tras el nacimiento de los dos bebés, Hera no depuso su ira contra Leto. Deseosa de cobrarse su venganza, envió contra Leto a la monstruosa serpiente Pitón, guardiana del santuario profético de Delfos.

Sin embargo, Apolo, tras armarse con el arco y las flechas que Hefesto había forjado para él, se enfrentó a Pitón y le quitó la vida. De este modo, Apolo se convirtió en la divinidad tutelar del oráculo de Delfos, asumiendo el carácter de dios profético.

Hera hizo aún un nuevo intento para acabar con la vida de Leto, encargando al gigante Ticio que la asesinara. Una vez más fue Apolo, en esta ocasión con ayuda de su hermana Artemisa, quienes se encargaron de proteger a su madre. Los mellizos derrotaron al gigante y lograron que Zeus lo castigara encadenándolo al Tártaro, la región más profunda del infierno.

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