Dentro de la Mitología Romana, Diana era la protectora de la naturaleza y también la diosa de la caza, siendo comparable a la Artemisa de los griegos. Sus relaciones con la naturaleza eran preferentemente con los animales y las tierras inexploradas, aunque con el tiempo también asumió el rol de diosa de la luna y de la castidad.

El carácter celestial de Diana se refleja en su conexión con la inaccesibilidad, virginidad, luz y su preferencia por habitar en altas montañas y bosques sagrados. Por tanto, Diana refleja el mundo celestial en su soberanía, supremacía, impasibilidad e indiferencia hacia asuntos tan seculares como el destino de los mortales y los estados. Sin embargo, al mismo tiempo, es vista como activa en asegurar la sucesión de reyes y la preservación de la humanidad a través de la protección del parto.

Según la mitología, Diana nace de la relación entre Júpiter y Latona, y se cuenta que fue tal el dolor que sufrió Latona durante el parto, que Diana tomó la firme decisión de guardar para siempre su virginidad, igual que hizo Minerva, su hermana. Ambas divinidades serían conocidas a partir de entonces como las "vírgenes blancas".

En la práctica formaba una trinidad con otras dos deidades romanas: Egeria, la ninfa acuática, su sirvienta y ayudante comadrona, y Virbio, el dios de los bosques. Etimológicamente, el nombre Diana significa "del día" (Lat. dies= día) o "divina" (Lat. divus= divina).

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