El 5 y el 10 de abril de 1815, el monte Tambora, un volcán situado en Sumbawa, en el archipiélago indonesio, entró repentinamente en erupción. El estallido arrojó inmensas nubes de polvo y cenizas a la atmósfera.

Más de 12 000 personas murieron en las primeras 24 horas, sobre todo por la lluvia de ceniza y las coladas piroclásticas. Otras 75 000 personas murieron de hambre y enfermedad después de la mayor erupción en más de 2 000 años.

Millones de toneladas de cenizas volcánicas y 55 millones de toneladas de dióxido de azufre se elevaron a más de 32 kilómetros en la atmósfera. Las fuertes corrientes de viento arrastraron hacia el oeste las nubes de gotas en dispersión, de forma que dieron la vuelta a la tierra en dos semanas. Dos meses más tarde estaban en el Polo Norte y el Polo Sur.

Las finísimas partículas de azufre permanecieron suspendidas en el aire durante años. En el verano de 1815-1816, un velo casi invisible de cenizas cubría el planeta. El manto traslúcido reflejó la luz del sol, enfrió las temperaturas y causó estragos climáticos en todo el mundo. Así nació el tristemente famoso "año sin verano": 1816.

La principal consecuencia fue una grave escasez de alimentos en el hemisferio norte. En Europa y otros lugares, las familias viajaban grandes distancias mendigando comida. El historiador John D. Post bautizó este suceso como «la última gran crisis de supervivencia del mundo occidental».​

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