La gran aventura de ampliar nuestros viajes en el espacio exterior, llegar a otros planetas y vivir durante largo tiempo ahí afuera son, sin lugar a dudas, desafíos repletos de barreras a superar.

En un principio, las principales limitaciones que nos vienen a la cabeza suelen ser las asociadas a los cohetes espaciales y su relativa baja velocidad con respecto a las grandes distancias que hay que recorrer. Sin embargo, existen otros muchos inconvenientes que no son tan evidentes a simple vista. Entre ellos: el hecho de que vivir en el espacio afecta de forma permanente o temporal al funcionamiento del ser humano.

Y es que los seres humanos se encuentran fisiológicamente bien adaptados a la vida en la Tierra. Consecuentemente, el vuelo espacial tripulado tiene muchos efectos negativos en el cuerpo. El efecto más significativo de la estancia prolongada en el espacio es la atrofia muscular y deterioración del esqueleto humano, razón por la cual todos los astronautas que pasan un largo período en el espacio deben cumplir un riguroso régimen de ejercicios.

Otros efectos significativos incluyen el deterioro de la función hepática: el hígado se vuelve graso y comienza un proceso de fibrosis. Además, se produce la disminución de las funciones del aparato circulatorio, una bajada en la creación de eritrocitos, el debilitamiento del sistema inmunológico, crecimiento del tejido entre las vértebras al despresionarse la columna, entre otros efectos no deseados.

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