Desde el momento en que lanzó su campaña contra el vasto Imperio aqueménida, en el año 334 a.C., el joven rey de Macedonia, Alejandro, provocó un enfrentamiento directo con el Gran Rey persa, Darío III, Señor de Asia. Los sucesivos y espectaculares éxitos que logró en los compases iniciales de la invasión parecieron acercarlo a su objetivo.

Pero, cuando Alejandro se disponía a internarse en Siria, se llevó una sorpresa mayúscula: Darío, con un ejército que quizá superaba los 100 000 hombres, había conseguido rodearle y se encontraba en su propia retaguardia, avanzando para darle alcance.

El inevitable choque tuvo lugar en el peor emplazamiento posible para los dos ejércitos. Una ratonera a las afueras de una pequeña ciudad siria, Issos.

Los persas, por su parte, esperaban la revancha. Un año antes habían sufrido una humillante derrota a manos de Alejandro en el río Gránico y ahora ardían en deseos de expulsar a los invasores de Asia.

Los macedonios pelearon con auténtica rabia, movidos por un deseo de supervivencia. Ante la aproximación de Alejandro, Darío decidió de pronto dar la vuelta a su carro y huir. Sin dudarlo, sus nobles escaparon tras él, dejando al ejército en mitad de un encarnizado combate.

Tras la importante victoria Alejandro tenía a su disposición toda Siria, Fenicia y Palestina, alcanzando Egipto, donde fue recibido como un libertador. En su avance por Asia, el rey macedonio derrotó definitivamente a Darío en Gugamela consiguiendo alcanzar la India.

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