Barbarroja, el célebre corsario de Argel, sembró el terror en el Mediterráneo occidental durante la primera mitad del siglo XVI. Él y su hermano mayor, Aruj —bajo los auspicios del Imperio otomano—, navegaron sin temor saqueando puertos y ciudades, y cargando sus galeras de infinitas riquezas y un número enorme de cautivos.

Pero Hayreddín Barbarroja no fue un simple hombre de fortuna con patente de corso, sino un diestro guerrero con olfato político que se convirtió en valioso servidor del sultán otomano Solimán el Magnífico, desafió a todo un emperador, Carlos V, y fundó en Argelia un reino cosmopolita y próspero.

Apodado Barbaros («Barbarroja» en español) —concretamente el nombre de Barbarossa se lo otorgaron los italianos por su barba roja— y Barbaros Hayrettin Pasha (Jayr al-Din) —por los turcos—, su verdadero nombre en turco era Hızır bin Yakup, este procedente del árabe Jidr ʾibn Yaʿqub.

Como legado, se puede asegurar que Barbarroja estableció la supremacía turca en el Mediterráneo, que duró hasta la batalla de Lepanto en 1571.

Hay un mausoleo en el Parque Barbarroja de Besiktas, Estambul, donde también se encuentra su estatua, junto al Museo Naval de Estambul. En los siglos que siguieron a su muerte, aún hoy, los marineros turcos saludan su mausoleo con un disparo de cañón antes de partir hacia las operaciones y batallas navales.

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