El 12/12/68, Nicolino Locche escribía su página más gloriosa al vencer en Japón al local Paul Fuji y consagrarse campeón del mundo de los welter junior de la AMB.

Ese día hizo honor a su apodo de intocable exponiendo la cara para invitar golpes, esquivando con cintura y contragolpeando con jab. Le quitó dramatismo a la pelea. Le agregó belleza. Le impuso el ritmo perfecto de quien lleva la batuta. Esa pelea quedó en los anales de la historia del deporte.

A la edad de 8 años, acompañado por su madre, ingresó por primera vez al gimnasio de boxeo Julio Mocoroa, de Paco Bermúdez. Fue en ese lugar donde Nicolino tuvo su primera aproximación al “boxeo científico”, una nueva escuela dentro del deporte que, valiéndose de los principios de la ciencia médica y la biomecánica, buscaba optimizar las técnicas de combate y el rendimiento físico.

O, si se quiere, “procurar la superación del ocasional adversario por medio de la habilidad y no por la mera fuerza usada instintivamente”. Esto puede sintetizarse y resumirse en el mayor mandamiento de dicha escuela: pegar sin dejarse tocar y podemos decir, sin exagerar, que en esa área Locche fue un maestro.

Locche se distinguió del resto de sus contemporáneos no solo por su destreza en el ring con su esquive-golpe sumando ataques inesperados, sino que además era un actor nato, hacía participar al público con miradas cómplices, sonrisas y todo tipo de gestos y lograba que ellos participaran activamente el show que eran sus peleas.

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