El primero en patentar un artilugio que podríamos catalogar de aspiradora fue el estadounidense Daniel Hess en 1860. El aparato de Hess no era denominado aún por su inventor “aspirador” sino “barredor de alfombras”, y tenía algunas características sorprendentes para ser el primer diseño de una máquina de este tipo.

El barredor de alfombras de Hess era un avance sobre otros ya existentes en la época: se trataba de artilugios con cepillos rotatorios, que se hacían girar empujándolos por el suelo mediante un juego de engranajes, aunque eran bastante inútiles.

Lo que hacía especial al diseño de Hess es que su barredor utilizaba el movimiento de las ruedas para algo más, además de hacer girar los cepillos: se hacía subir y bajar un fuelle. Este fuelle aspiraba el aire y lo hacía pasar por dos depósitos de agua, donde quedaban atrapados el plovo y la suciedad.

Desgraciadamente, no hay noticias de que Hess llegase a construir su máquina, aunque no se puede estar seguros: desde luego, si lo hizo seguramente se trató de un prototipo y no llegó a comercializarse en cantidades relevantes.

Habría que esperar aún ocho años para que el mundo viera el primer aspirador construido: el Whirlwind (Torbellino), de Ives McGaffey, también estadounidense. Este aparato es sorprendentemente similar, en su aspecto externo, a las aspiradoras modernas. Básicamente constaba de una hélice parecida a la de un ventilador, accionada por una manivela en el mango.

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