La palabra viene de dos raíces en japonés: derivado del verbo hiki, (retirarse); y komori (estar dentro). Fue acuñado originalmente por el psiquiatra Tamaki Saito, para denominar a aquellos jóvenes que, aunque no padecían una enfermedad mental como tal, decidían dejar de interactuar con la sociedad. En su angustia profunda y prolongada, se estancaban en sus habitaciones por años.

El estrés por alcanzar estándares imposibles de perfección les rebasa. La abstinencia de tener contacto con el mundo parece, a lo menos, la manera más sana de sobrellevar la depresión generada por el dolor de nunca ser suficiente.

Este problema atrajo la atención de la comunidad científica por primera vez en la década de los 90. Justo en ese momento, el país enfrentaba una recesión económica, que le impedía a las generaciones nuevas alcanzar sus metas laborales y personales.

Un número considerable de personas decidió ocultarse en sus habitaciones, para evitar la vergüenza de no poder cumplir con lo necesario para resolver la crisis. Prefirieron retirarse, de manera que “los verdaderamente capaces” pudieran encargarse, como si ellos representaran un obstáculo para el progreso del país.

La vergüenza que asfixia a los japoneses por no alcanzar los altísimos parámetros de exigencia que se viven a nivel laboral y académico han conducido a un número creciente de personas a optar por el hikikomori.

Actualmente, se tiene registro de que el 1.2 % de la población nacional ha decidido esta opción.

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