El primer florín fue el italiano, acuñado en oro en 1253 en Florencia, del que deriva su nombre. Fue muy popular y rápidamente imitada en Europa, convirtiéndose en la moneda de oro de referencia del continente en los siglos XIII, XIV y XV.

A mediados del siglo XIII la República de Florencia era una potencia mercantil y económica en el Mediterráneo. Para consolidar su poder comercial comenzó a acuñar una moneda de alto valor que pudiera sustituir a las piezas de oro que habían sido la referencia internacional hasta el siglo XII: el sólido bizantino y el dinar islámico.

El prestigio del florín florentino se debió en gran medida a la constancia de su peso y la pureza de su ley (la proporción en peso en que el metal precioso puro se encuentra en una aleación). Se trataba de una moneda muy valorada por su peso de 3,5 gramos de oro de casi 24 quilates, la más alta ley de las monedas de esta época.

Su valor era de veinte sueldos (solidus), pero la calidad insuperable hizo que solo veinte años tras su primera emisión ya valiera treinta sueldos. Tanta fue su estimación que el florín pronto se erigió como moneda de cuenta en toda Europa. Hasta finales del siglo XIII fue ganando en valor y prestigio, que comenzó a decaer con la crisis monetaria del siglo XV y la aparición de imitaciones de menor calidad en el resto de Europa.

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