El 5 de diciembre de 1791, apenas una hora después de la medianoche, y con solo treinta y cinco años, moría Wolfgang Amadeus Mozart, considerado por numerosos estudiosos como el más grande compositor de la historia. Han pasado más de 200 años de aquella muerte, pero a día de hoy los enigmas en su torno permanecen irresolutos.

Mozart había regresado a Viena desde Praga en septiembre, completado la partitura de La flauta mágica, visitado Baden, donde su mujer estaba tomando baños, y comenzado a escribir su Réquiem. Súbitamente, el 22 de noviembre, dos días después de su última presentación pública, cayó enfermo.

En los últimos días de su vida Mozart siguió trabajando en la composición de su obra Réquiem con mucho esfuerzo y con la ayuda de su alumno Franz Xaver Süßmayer. Mozart no pudo terminarla. Los últimos compases musicales fueron compuestos por su alumno.

La tarde del 4 de diciembre: Mozart se encontraba muy mal, tenía muchísima fiebre y deliraba. Cuando el médico le hizo una sangría y le colocó una compresa fría en la frente, Mozart se desmayó. A la una de la mañana del 5 de diciembre de 1791 Mozart murió de una forma repentina y completamente inesperada.

Después de su muerte, su cuerpo fue introducido en un barato ataúd de pino y fue bendecido rápidamente en la calle que hay junto a la catedral de San Esteban de Viena. Desde allí fue llevado sin ningún cortejo fúnebre o acompañamiento al cementerio de St. Marx, situado en las afueras de la ciudad

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