Formado en 1922 sobre las ruinas del antiguo Imperio ruso, aunque sin Finlandia y parte de Polonia, la Unión Soviética fue percibida como la sucesora del enorme feudo de los Románov.

El coloso parecía eterno y ni siquiera el tremendo cataclismo de la invasión alemana de 1941 pudo quebrantar su poderío militar. La firma del acuerdo de disolución de la URSS, el 8 de diciembre de 1991, fue la culminación de una época convulsa llena de cambios. En medio del total fracaso de las reformas económicas y políticas de Mijaíl Gorbachov (por entonces jefe del Estado), la URSS se había visto sumida en un verdadero caos económico que pronto desembocó en una crisis política.

Tras la caída del Muro de Berlín, las repúblicas del enorme país habían ido declarando independientes una tras otra. El presidente Gorbachov y sus partidarios en el Partido Comunista y el Gobierno intentaron preservar la unidad del país mediante la firma de algún acuerdo capaz de prevenir una desintegración caótica y unir los pueblos que formaban parte del Estado en una confederación de Estados soberanos a la manera de la Unión Europea. Anteriormente, en marzo de 1991, en el país se había celebrado un plebiscito y el 76 % de los participantes se había pronunciado a favor de la preservación de la “Unión renovada”.

Sin embargo el veinte de diciembre el jefe de un Estado que ya no existía, Mijaíl Gorbachov, renunció a la Presidencia de la Unión Soviética y declaró la disolución de la misma.

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