El líder de Queen y símbolo del movimiento LGBTIQ+ en los años 80, murió de una neumonía provocada por el VIH el 24 de noviembre de 1991, apenas 24 horas después de revelar al mundo que tenía sida, Freddie Mercury murió en su cama. Tenía, apenas, 45 años.

El comunicado fue breve. Y contundente. No admitía segundas lecturas: “En virtud de la enorme atención que la prensa ha brindado al asunto en las últimas dos semanas, deseo confirmar que he dado positivo de HIV y que por lo tanto padezco de SIDA. Creía adecuado mantener en secreto esta situación hasta la fecha para conseguir la tranquilidad de quienes me rodean. Pero llegó el momento para que mis amigos y fans de todo el mundo conozcan la verdad y junto a los doctores me ayuden en la batalla contra esta terrible enfermedad”.

El comunicado confirmó lo que casi todos sospechaban. La presión ya era demasiada y el entorno sólo pretendía que Freddie pasara sus últimos días con tranquilidad.

Los meses finales habían sido dolorosos pero serenos. Una larga despedida. El cantante sabía que el final era inexorable y que no era lejano. Grabó hasta que no pudo más, se recluyó en su casa de Londres y se refugió en sus amigos más cercanos.

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