En la Odisea, el poema épico de Homero compuesto en el siglo VIII a.C., Argos es el nombre del perro de Ulises, rey de Ítaca. Argos aparece en el canto XVII, cuando Ulises regresa a Ítaca luego de luchar en la Guerra de Troya y deambular por el mar, tras veinte años de ausencia.

Ulises, para enfrentarse mejor a sus enemigos, aparece con sus facciones disimuladas por Atenea y disfrazado de mendigo, de manera que nadie lo reconozca. Pero Argos, enfermo y descuidado, sí lo conoce y lo saluda trabajosamente con la cola. Ulises, enterado de la fidelidad de su perro y de su estado actual, pero imposibilitado de responder el saludo para no quedar en evidencia, derrama una lágrima y sigue su camino. El perro, cumplida su misión de esperar veinte años a su amo, muere a sus pies.

Sin polemizar acerca de si Argos pudo vivir tanto tiempo como para ser testigo del regreso de su amo; el poema épico nos sirve para hablar de la memoria del perro. Esta escena es uno de los ejemplos más antiguos y paradigmáticos de la fidelidad que puede tener el perro al hombre.

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