La organización social en el Antiguo Egipto seguía una estructura piramidal que ponía de manifiesto una cruel desigualdad. En el vértice se hallaba el faraón, que poseía una gran riqueza y concentraba todos los poderes.

En el segundo escalón estaban los nobles; en tercer lugar, la clase sacerdotal, que gozaba de gran prestigio social e influencia política, hasta el punto de algunos de sus miembros llegaron a gobernar como regentes en las dinastías XXI y XXII.

El cuarto peldaño lo ocupaban los funcionarios y los escribas, que gozaban de numerosos privilegios. Entre los primeros los más favorecidos eran los visires y nomarcas, poseían mansiones y sirvientes y se enterraban en tumbas lujosas.

Por debajo de estos se encontraban los miembros del ejército: el faraón les concedía un hogar y parte del botín tras cada expedición.

El sexto lugar lo constituían los trabajadores del campo y la ciudad; eran libres aunque se debían al palacio o templo más cercano. Los trabajos más duros eran desempeñados por los canteros y mineros, mientras que los comerciantes tenían una vida más plácida.

Finalmente, la base de la pirámide estaba ocupada por los siervos y los esclavos, aunque parece que cobraban un "salario" y poseían ciertos derechos. La esclavitud llegaría tras las guerras entre Nubia y Siria.

En cuanto a las mujeres, no estaban bajo la tutela de nadie, disponían de autonomía para la gestión de sus posesiones y plena libertad para decidir sobre su vida.

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