La ailurofilia es el amor por los gatos, la palabra proviene del griego ailuros que significa gato, y philos que se traduce como amor o atracción hacia algo.

Los gatos han sido admirados e incluso venerados desde hace miles de años. En el 2004 se descubrió una tumba en Chipre en la que los restos de una persona yacían junto a los de un felino. Esos huesos tenían 7 000 años de antigüedad. En Egipto los veneraban, hasta el punto de que la consagración de su figura llegó con la aparición de la diosa Bastet.

Ese amor por los gatos también estuvo presente en la India y en el presente en Japón. Así, desde su domesticación, pocas veces ha pasado inadvertido, bien por la admiración a su personalidad y figura o por las leyendas e historias asociadas a ellos. En la Edad Media los temían por ver en los felinos a seres diabólicos, fieles compañeros de brujas y demonios.

El síndrome de Noe (acumular todo tipos de animales en la casa), en este caso, se asocia a la ailurofilia. Son aquellos que empiezan recogiendo algún que otro gato callejero, para más tarde acoger a todos los que se encuentran sin proceder ni a la esterilización ni al correcto cuidado de los mismos.

Asimismo, este amor por los gatos puede manifestarse también de forma obsesiva, de manera que la persona no puede centrar su atención ni su vida en otro aspecto que no sea el propio animal. Son situaciones extremas, es cierto, pero las filias tienen ese polo más negativo que no siempre conocemos.

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