Tras la derrota de Napoleón, las cuatro potencias vencedoras, Austria, Rusia, Gran Bretaña y Prusia, se reunieron en el Congreso de Viena celebrado entre 1814 y 1815 para restablecer los equilibrios en Europa tras veinticinco años de guerras.

Dos fueron los principios sobre lo que se reconstruyó el mapa político europeo: el principio de legitimidad y el de equilibrio. Por el primero, los gobernantes destronados por Napoleón debían recuperar su legítima posición, mientras que el segundo establecía que las principales potencias europeas debían compensarse recíprocamente, evitando que una de ellas pudiese tomar el control del continente como había sucedido con la Francia napoleónica.

En la reordenación de las fronteras, que habían sido alteradas por las conquistas napoleónicas se impusieron los intereses de las cinco grandes potencias:

El Reino Unido, sin ambiciones territoriales concentró sus esfuerzos en conseguir el dominio marítimo.

Rusia obtuvo, entre otros, el control de gran parte de Polonia y la anexión de Finlandia.

Austria penetró en las italianas Lombardía y el Véneto e intentó mantener la preeminencia centroeuropea frente a Prusia.

Prusia recibió Renania, Sarre y Sajonia.

Francia, tras el "Imperio de los Cien Días" y el definitivo destierro de Napoleón en Santa Elena fue rodeada de "estados-tapón" con el objeto de evitar el posible renacimiento de su expansionismo. Entre éstos destacó el de los Países Bajos y Bélgica.

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