“Una joya arqueológica viviente” es como describen al Xoloitzcuintle, el perro azteca nativo de México. Es una de las razas más antiguas con más de 7 mil años, sin que el hombre haya intervenido en su generación.

La palabra Xoloitzcuintle viene del náhuatl Xólotl, que quiere decir monstruo, extraño o animal y del término Itzcuintli, que significa perro. Para los aztecas, este canino era muy especial y respetado por ser un regalo del dios Xólotl para ser guía de las almas de los difuntos que viajaban al Mictlán o inframundo.

Por esta razón eran sacrificados y enterrados en las tumbas. Sin embargo, la tradición mexica apuntaba que debía ser completamente negro, porque si presentaba manchas en su cuerpo esto decía que ya había servido al alma de otro difunto.

Este canino ha corrido peligro desde la llegada de los conquistadores por su consumo indiscriminado. Como lo mencionó el jesuita Francisco Javier Clavijero: “los españoles los encontraron nutritivos y de buen sabor y después de la conquista a falta de otra carne los comieron hasta acabar con la especie”.

La Federación Canófila Internacional comprendió que esta raza desaparecería si no se tomaban medidas drásticas para protegerla. Así, se promovió una importante expedición con expertos mexicanos y británicos para encontrar un Xoloitzcuintle puro en las áreas más remotas de México. Eventualmente se encontraron 10 ejemplares que eran de raza pura y con ellos se lanzó con éxito el programa para revivir la raza.

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