Muchos reconocen a los caracoles por su caparazón o concha en espiral, este se encuentra formado principalmente por carbonato de calcio, por lo que su alimentación debe ser rica en este elemento para que se produzca un caparazón sano y resistente. La capa central del caparazón, llamada ostracum, se compone de dos capas de cristales de dicho carbonato. Debajo se encuentra el hipostracum, y la capa más superficial es el periostracum, compuesto por una gran cantidad de proteínas.

Sin duda la habilidad de regeneración del caparazón de los caracoles es otro de los detalles que las hacen únicas. El caracol además de conseguir que su caparazón crezca a medida que lo necesita, también es capaz de arreglarla en caso de desperfecto. Esto lo consiguen gracias a unas secreciones que suman el calcio a las zonas donde lo necesite.

Los caracoles se desplazan con lentitud alternando contracciones y elongaciones de su cuerpo. Producen mucus para autoayudarse en la locomoción reduciendo la fricción y permitiéndoles el desplazamiento por zonas de elevada pendiente debido a la untuosidad del mismo. Esta mucosidad contribuye a su regulación térmica; también reduce el riesgo del caracol ante las heridas y las agresiones externas, principalmente bacterianas y fúngicas, y los ayuda a ahuyentar insectos potencialmente peligrosos como las hormigas. El mucus sirve además al caracol para desprenderse de ciertas sustancias tóxicas como los metales pesados.

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