Hoy en día se identifica la bandera blanca como una señal de rendición, alto el fuego o intención de negociar, y así se recogía en las reglamentaciones de la guerra derivadas de las Conferencias de La Haya de 1899 y 1907, y en las Convenciones de Ginebra vigentes en la actualidad.

Se prohibía específicamente abrir fuego contra personas que enarbolasen una bandera blanca, y al mismo tiempo estas tampoco podían fingir rendirse mientras la portasen. El incumplimiento de estas normas supone un crimen de guerra aunque, evidentemente como toda regla, ha sido violada en numerosas ocasiones desde entonces.

Pero las Conferencias de La Haya y Ginebra solo pusieron por escrito algo que ya se venía haciendo desde mucho antes.

La primera mención histórica proviene de Tito Livio, quien cuenta que un barco cartaginés enarboló telas blancas y ramas de olivo como señal de rendición durante la Segunda Guerra Púnica, que se desarrolló entre 218 y 201 a.C.

También está documentado un episodio similar en China en tiempos de la dinastía Han, entre el año 25 y el 220 d.C., aunque posiblemente provenga de una tradición más antigua.

Los historiadores están de acuerdo en la teoría de que el uso de una tela blanca obedeció a dos razones: la primera es que el color blanco es fácilmente identificable, incluso entre el caos de una batalla, en contraste con los coloridos estandartes de los ejércitos y el entorno natural. Y la segunda es que se trataba del tipo de tela más fácil de conseguir.

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