A diferencia de las tortugas terrestres y de los galápagos, las tortugas marinas poseen un caparazón más hidrodinámico y no pueden retraer ni las extremidades ni la cabeza.

Además han adaptado sus extremidades a la natación convirtiéndolas en auténticas palas para remar. Las extremidades anteriores las emplean para impulsarse, mientras que las posteriores asumen la función de timón y, en el caso de las hembras, de palas para excabar en la arena cuando tienen que realizar la puesta de huevos.

Todas las tortugas marinas son grandes migradoras y pasan gran parte de su vida viajando por los mares. De hecho, cuando una tortuga nace en una playa, pasados los años vuelve a la misma región donde nació para ser ella entonces quien ponga los huevos

El tamaño de las siete especies de tortugas marinas oscila entre 71 y 213 cm; por ejemplo, la especie de tortuga más pequeña de la familia Cheloniidae, la tortuga de Kemp, solo tiene un caparazón de unos 75 cm y un peso de 50 kg. Todas las especies tienen un caparazón claramente endurecido.

Como las tortugas son reptiles que respiran aire, necesitan salir a la superficie para respirar. Estas pueden aguantar la respiración durante varias horas, dependiendo del nivel de actividad. Una tortuga que esté descansando o durmiendo bajo el agua pueden estar entre 4-7 horas. Estudios más recientes han demostrado que algunas tortugas pueden incluso hibernar en el agua durante varios meses.

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