Carlomagno no logró dotar a su Imperio de una organización política, que pudiera subsistir por sí misma a las amenazas que se cernían sobre él, toda la organización del Imperio descansaba sobre una condición necesaria, esta era, la fidelidad de los nobles al Emperador y Rey de los Francos y de los Lombardos. Todo ello en un contexto económico y social en el cual los condados se volvían cada vez más autónomos, la burguesía aún no había surgido como clase social y las provincias tenían que subsistir con sus propios recursos.

Mientras Carlomagno vivió, su extraordinario prestigio, su mano firme y su férrea voluntad, y los beneficios que reportaban a la nobleza por sus conquistas territoriales, hicieron que se le obedeciera por encima de la desintegración que estaba en puerta. Únicamente si su sucesor hubiera sido un rey con los talentos de Carlomagno hubiera tenido el Imperio posibilidades de sobrevivir. Pero su hijo Carlos, quien tenía un gran talento militar y a quien Carlomagno había confiado algunas de sus misiones más difíciles, no le sobrevivió.

Muerto Carlomagno y dado el poco talento político de su hijo y sucesor Luis el Piadoso, los hechos se precipitaron, las guerras civiles entre el monarca y sus hijos acabaron con el prestigio del Emperador. La fidelidad que solo se mantenía por la figura de Carlomagno desapareció y el Imperio, ya herido de muerte, terminó de naufragar a la exacerbación de los ataques de los nórdicos, dando paso al pleno auge del Feudalismo.

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