La elección del nombre papal (nombre que adopta un papa tras ser elegido) es un acto simbólico, no obligatorio, y se basa en los propios evangelios, donde vemos cómo Dios otorga nuevos nombres a sus elegidos y como el propio Jesús rebautiza a Simón como Pedro, primer papa de la Iglesia católica (bautizado como Pedro antes de ser elegido papa).

Este cambio de nombre simboliza que él elegido dejará atrás su vida pasada para renacer como una nueva persona, convertida en la máxima autoridad del catolicismo.

Sin embargo, no fue hasta el siglo VI cuando el papa Juan II decidió tomar ese nombre dado que el suyo de nacimiento era Mercurio, dios romano del comercio, y le parecía poco apropiado que el nuevo pontífice se llamara como una deidad pagana.

Después de Juan II hubo casos en los que el papa cambió su nombre y casos en los que no y de hecho no es hasta el siglo XI cuando esta costumbre empieza a generalizarse. Los nombres papales más utilizados son Juan (23 veces), Gregorio y Benedicto (16 veces), Clemente (14 veces), Inocencio y León (13 veces) y Pío (12 veces). Entre los nombres que solo han sido utilizados una vez están Cleto, Ceferino, Higinio, Lino, Romano, Sabiniano y Zacarías.

Curiosamente, ningún papa ha querido utilizar el nombre de Pedro, ni siquiera Juan XIV y Sergio IV que tenían ese nombre de pila antes de ser elegidos.

La elección del nombre es cosa de cada papa, pero suelen tener que ver con algún santo o papa anterior al que quieren homenajear.

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