Enero (del latín iānuārius) toma su nombre del dios Jano, del latín Janus, representado con dos caras, el espíritu de las puertas y del principio y el final.

Jano era el dios romano protector del Estado, siendo uno de los más importantes de esa mitología. Sus dos caras (Jano Bifronte), le permitían vigilar hacia adelante y atrás simultáneamente y ver pasado y futuro.

Como Janus Portunus vigilaba los puertos y, como Janus Pater, era Dios de Dioses, teniendo gran importancia en la creación del mundo.

Considerado como el portero que abría y cerraba las puertas o épocas. Por ello se le denominaba el Señor del Tiempo, poseedor de las llaves, su representación con dos rostros, le da el calificativo de Jano Bifronte. Uno miraba hacia el pasado que condiciona lo que somos, nuestro presente, donde se debe tomar consciencia, lo que implica una regeneración del alma. El otro a la derecha, al futuro, simbólicamente, ligado al conocimiento.

Las llaves servían para abrir las puertas del Cielo y del Infierno. Los dos rostros de Jano contemplan el ciclo de manifestación e insinúan un tercer rostro (invisible) que observa el eterno presente. Este tercer rostro destruye el pasado y el futuro, es el rostro que contempla la eternidad.

El mito de Jano nos enseña que a cada pasaje marcado por nuestra existencia, a cada partida de una casa o de un lugar, el fin de un año y el comienzo de otro tiene el sentido especial de lo que nunca más ha de volver y el encuentro con algo desconocido.

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