El termino "Faraón" en su etimología viene del latín tardío "Pharăo", el griego "Pharaō", del hebreo "par‘oh" y con ella del egipcio "pr" que quiere decir casa grande.

El estado egipcio, surgido en las riberas del Nilo, fue gobernado y dirigido por personajes dotados con un gran poder: los faraones. El faraón representaba el grado más alto de la pirámide social: como portador de la sangre divina era el sumo sacerdote que debía construir templos y mantener el culto a los dioses, comandante de los ejércitos egipcios, juez supremo. En definitiva, garante del orden cósmico que asegura el correcto funcionamiento del universo.

El faraón contó con determinados atributos característicos de su rango y función. Así, entre otros, destaca la corona pschent, emblema de la unión de los dos reinos en los que estuvo dividido Egipto; o la cobra erguida (ureo), protectora de la realeza.

Incluso para la redacción de su nombre se utilizó un protocolo especial, formado por cinco elementos en su momento de máximo desarrollo, dotado con símbolos específicos como el serej o el cartucho.

Si bien algunos faraones fueron objeto de veneración —como Tutmosis III, que dio su máxima extensión al imperio egipcio, o Amenhotep I, que tras su muerte fue adorado como un dios—, otros se vieron condenados al olvido. Fue el caso de Akhenaton, causante de un profundo trastorno religioso al introducir el culto al disco solar Atón como único dios nacional.

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