En latín, el término ordalía, significa “el juicio de Dios” por considerarse un veredicto divino. Proviene del sajón ordal, cuyo significado es “juicio”.

No se sabe exactamente el origen de las ordalías, pero fue en la Edad Media cuando tomó importancia en la cultura europea.

Una Ordalía era una prueba para demostrar la culpabilidad o inocencia de un acusado y para ello se invocaba el arbitrio de la decisión divina. Los sacerdotes, quienes se consideraban interlocutores entre la divinidad y los hombres, tenían competencia para juzgar el caso. Para ello se ponían en práctica una serie de torturas, las cuales debían ser superadas por el acusado.

Las pruebas a las que eran sometidos por este “juicio divino” estaban compuestas por torturas tan terribles como hacerles andar por brasas de fuego, ser marcados con hierros candentes, ser sumergidos bajo el agua, colgarlo boca abajo durante un largo período de tiempo o un sinfín de actos que resultaban terriblemente dolorosos. Aquel acusado que, tras pasar dichas torturas, era capaz de soportarlas y salía con vida se le liberaba de condena alguna, ya que se sobreentendía que Dios lo había considerado inocente.

Curiosamente no solo eran puestas a prueba divina personas, sino que también se les realizó a animales y libros.

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