Desde la primera publicación de la obra de Miguel de Cervantes, “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha“, ha sido una fuente de atracción para los artistas que querían ilustrar la obra más universal de la literatura española. Esta atracción se debía a que El Quijote es una caricatura perfecta de la literatura caballeresca, y sus dos protagonistas encarnan los tipos de alma española: Don Quijote es el idealista y soñador que olvida las necesidades de la vida cotidiana y quiere vivir mil aventuras, y por otro lado, Sancho Panza, el realista y práctico, que mantiene los píes en el suelo y, a veces, con un sentido fatalista.

Dalí recreó al Quijote en diversas ocasiones, en su aspecto externo y en sus rasgos espirituales y de carácter. Existe un vínculo razonable: Don Quijote fue un personaje que vivía en un mundo en el que se mezclaban las fantasías con la realidad. Dalí fue, a su vez, un pintor de los sueños y de la realidad mediada por las fantasías, e hizo de sí mismo un original personaje, en el que se superpusieron realidad y ficción.

Salvador Dalí, se sentía identificado con el espíritu libre del personaje, a través de sus trabajos nos presenta a un Don Quijote enjuto, huesudo y de barba puntiaguda que nada tiene que ver con el que imaginaron otros artistas; es la visión personal del artista, se deja influir por su propia locura para leer y entender la obra de Cervantes de otra manera, abriendo las puertas del surrealismo al batallador de molinos.

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